La reunión de una serie de recetas bajo la calificación de inmorales, obliga a una cierta explicación, no excesiva, para no situar al lector en la incómoda e injusta situación del comensal al que le dan masticadas hasta las inmoralidades. Podrían ser cien, mil, un millón.... todas las recetas posibles. Ante todo hay que decir que la moral no es un valor absoluto sino relativo y por lo tanto inmoral también. Cada receta proviene de un inmoral diferente, partir del cual lo inmoral puede convertirse en de estas recetas es una apuesta por otra posible moral, por una moral hedonista al alcance de los partidarios de la felicidad inmediata, basada en el uso e incluso abuso de sabidurías inocentes: saber guisar, saber comer, intentar aprender a amar. Hay quien la ha pensado para cuatro personas, hay quien para seis, hay quien para ocho. Es la hipocresía de la receta familiar que siempre puede tener su pellizco y su siesta. Pero todas ellas pueden adaptarse al número dos. Dos comensales, tres como máximo. Es el número a una excursión en autocar. Otra consideración obligada es la que hace referencia al placer. Todo placer es gozosamente inmoral, porque sólo el sufrimiento es moral. Ya lo dijo Tomas Kempis en su Imitación de Cristo.