Al final de El día de los trífidos, el protagonista, Bill Masen, se una a la colonia recién fundada en la isla de Wight. Esta pequeña comunidad, de momento a salvo de las terribles plantas mutantes, se emplea a fondo no sólo en erradicarlas, sino también en sentar las bases de una nueva civilización.
Veinticinco años después, una mañana de verano, la tierra se ve repentinamente sumida en la oscuridad: no ha salido el sol. A los trífidos les ha faltado tiempo para invadir la isla, de modo que el hijo de Masen, David, emprende un arriesgado viaje para averiguar a qué se debe la negrura y para acabar definitivamente con las plantas. La aventura lo conducirá hasta un Manhattan aparentemente utópico y a una dolorosa verdad: la peor amenaza para el ser humano reside en la crueldad de la que es capaz.
Simon Clark ha logrado una continuación del clásico de John Wyndham que desmiente el tópico de las segundas partes y atrapa al lector sorprendiéndolo hasta la última línea.