Muy en contra de lo universalmente recomendable, a Jardiel también hay que prestarle atención cuando habla de sí mismo y de su obra. Algo que, en su caso, es parte de la obra. Y ¡Espérame en Siberia, vida mia! Es, según Jardiel, «uno de esos folletines de peripecias que inició Homero -¡cuanta irreverencia, Virgen Santa!- con la Odisea (…), que continuó Defoe con con Robinson Crusoe y que han multiplicado después miles de autores.» Una de esas novelas de aventuras que hoy, cuando Jardiel parece tan extrañamente contemporáneo y lo exótico ha quedado en el pasado, toca por tanto resucitar. O más bien desmontar. Y reinventar. Así, «no tendría nada de particular que un folletinista actual encontrara todavía salvajes en las calles de una gran ciudad; y sorprendiese la frialdad, la soledd y la desolación polares en el corazón de algunas mujeres; y descubriera la empolvada melancolía del gaucho bajo el smoking de hombres aparentemente frívolos (…) e, incluso, estableciese contacto con espíritus más elevados y más ansiosos de azul que el globo de ayer o el aeroplano de hoy». Pero no vamos a revelarles la trama. Mejor suban a bordo.