El fútbol es un asunto muy serio para un gran número de personas. Tan grande que merece el máximo respeto. Mueve, además, fortunas de dinero, afecta desde al urbanismo a la educación o a la formación de valores. Es utilizado como sistema de propaganda, representa identidades, desde nacionales a locales o regionales, ha podido ser cómplice de regímenes totalitarios o estados policiales, provoca conflictos sociales, proporciona identidad a grupos marginados o dominantes, es motivo de alabanzas, es denostado, se le ama, se le odia, se le escriben poemas, proclamas, novelas, películas, obras de arte. Es un culto, una religión, sus jugadores son dioses, marcan la moda… nos rodea, nos influye, nos condiciona. Pero sobretodo, es el espejo en el que se refleja la sociedad. Toda esta complejidad hace que su historia sea apasionante. Difícil de abordar, más allá de la anécdota, y difícil de interpretar; en definitiva, un reto. No podemos entenderlo si no asumimos que es un hecho social total, y desde el punto de vista histórico no podemos desvincularlo de su contexto global ni ignorar los componentes que lo definen y lo han ido construyendo desde finales del XIX hasta convertirlo en el mayor fenómeno de masas.